El
Nombre de Dios es sagrado, pero no es más sagrado que el tuyo. Invocar Su
Nombre es invocar el tuyo. Un padre le da su nombre a su hijo y, de este
modo, identifica a su hijo con él. Sus hermanos comparten su nombre y,
así, están unidos por un vinculo en el que encuentran su identidad. El
Nombre de tu Padre te recuerda quién eres incluso en un mundo que no lo
sabe, e incluso cuando tú mismo no lo has recordado.
El Nombre de Dios no puede ser oído sin que suscite una respuesta, ni
pronunciado sin que produzca un eco en la mente que te exhorta a
recordar. Di Su Nombre, y estarás invitando a los ángeles a que rodeen el
lugar en el que te encuentras, a cantarte según despliegan sus alas para
mantenerte a salvo y a protegerte de cualquier pensamiento mundano que
quisiera mancillar tu santidad.
Repite el Nombre de Dios, y el mundo entero responderá abandonando las
ilusiones. Todo sueño que el mundo tenga en gran estima de repente
desaparecerá, y allí donde parecía encontrarse hallarás una estrella: un
milagro de gracia. Los enfermos se levantarán, curados ya de sus
pensamientos enfermizos. Los ciegos podrán ver y los sordos oír. Los
afligidos abandonarán su duelo, y sus lágrimas de dolor se secarán cuando
la risa de felicidad venga a bendecir al mundo.
Repite el Nombre de Dios y todo nombre nimio deja de tener significado.
Ante el Nombre de Dios, toda tentación se vuelve algo indeseable y sin
nombre. Repite Su Nombre, y verás cuán fácilmente te olvidas de los nombres
de todos los Dioses que honrabas, Pues habrán perdido el nombre de Dios
que les otorgabas. Se volverán anónimos y dejarán de ser importantes para
ti, si bien, antes de que dejases que el Nombre de Dios reemplazase a sus
nimios nombres, te postrabas reverente ante ellos llamándolos Dioses.
Repite el Nombre de Dios e invoca a tu Ser, Cuyo Nombre es el Suyo.
Repite Su Nombre, y todas las cosas insignificantes y sin nombre de la
tierra se ven en su correcta perspectiva. Aquellos que invocan el Nombre
de Dios no pueden confundir lo que no tiene nombre con el Nombre, el
pecado con la gracia, ni los cuerpos con el santo Hijo de Dios. Y si te
unes a un hermano mientras te sientas con él en silencio y repites dentro
de tu mente quieta el Nombre de Dios junto con él, habrás edificado ahí
un altar que se eleva hasta Dios Mismo y hasta Su Hijo.
Practica sólo esto hoy: repite el Nombre de Dios lentamente una y otra
vez. Relega al olvido cualquier otro nombre que no sea el Suyo. No oigas
nada más. Deja que todos tus pensamientos se anclen en Esto. No usaremos
ninguna otra palabra, excepto al principio, cuando repetimos la idea de
hoy una sola vez. Y entonces el Nombre de Dios se convierte en nuestro
único pensamiento, nuestra única palabra, lo único que ocupa nuestras
mentes, nuestro único deseo, el único sonido que tiene significado y el
único Nombre de todo lo que deseamos ver y de todo lo que queremos
considerar nuestro.
De esta manera extendemos una invitación que jamás puede ser rechazada. Y
Dios vendrá, y Él Mismo responderá a ella. No pienses que Él oye las
vanas oraciones de aquellos que lo invocan con nombres de ídolos que el
mundo tiene en gran estima. De esa manera nunca podrán llegar a Él. Dios
no puede oír peticiones que le pidan que no sea Él Mismo o que Su Hijo
reciba otro nombre que no sea el Suyo.
Repite el Nombre de Dios, y lo estarás reconociendo como el único Creador
de la realidad, Y estarás reconociendo asimismo que Su Hijo es parte de
Él y que crea en Su Nombre. Siéntate en silencio y deja que Su Nombre se
convierta en la idea todo abarcadora que absorbe tu mente por completo.
Acalla todo pensamiento excepto éste. Deja que ésta sea la respuesta para
cualquier otro pensamiento, y observa cómo el Nombre de Dios reemplaza a
los miles de nombres que diste a todos tus pensamientos, sin darte cuenta
de que sólo hay un Nombre para todo lo que existe y jamás existirá.
Hoy puedes alcanzar un estado en el que experimentarás el don de la
gracia. Puedes escaparte de todas las ataduras del mundo, y ofrecerle a
éste la misma liberación que tú has encontrado. Puedes recordar lo que el
mundo olvidó y ofrecerle lo que tú has recordado. Puedes también aceptar
el papel que te corresponde desempeñar en su salvación, así como en la
tuya propia. Y ambas se pueden lograr perfectamente.
Recurre al Nombre de Dios para tu liberación y se te concederá. No se
necesita más oración que ésta, pues encierra dentro de si a todas las
demás. Las palabras son irrelevantes y las peticiones innecesarias cuando
el Hijo de Dios invoca el Nombre de su Padre. Los Pensamientos de su
Padre se vuelven los suyos propios. El Hijo de Dios reivindica su derecho
a todo lo que su Padre le dio, le está dando todavía y le dará
eternamente. Lo invoca para dejar que todas las cosas que creyó haber hecho
queden sin nombre ahora, y en su lugar el santo Nombre de Dios se
convierta en el juicio que él tiene de la intranscendencia de todas
ellas.
Todo lo insignificante se acalla. Los pequeños sonidos ahora son
inaudibles. Todas las cosas vanas de la tierra han desaparecido. El
universo consiste únicamente en el Hijo de Dios, que invoca a su Padre. y
la Voz de su Padre responde en el santo Nombre de su Padre. La paz eterna
se encuentra en esta eterna y serena relación, en la que la comunicación
transciende con creces todas las palabras, y, sin embargo, supera en
profundidad y altura todo aquello que las palabras jamás pudiesen
comunicar. Queremos experimentar hoy esta paz en el Nombre de nuestro
Padre. Y en Su Nombre se nos concederá.
Un
curso de milagros
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