Este
mundo en el que pareces vivir no es tu hogar. Y en algún recodo de tu
mente sabes que esto es verdad. El recuerdo de tu hogar sigue rondándote,
como si hubiera un lugar que te llamase a regresar, si bien no reconoces
la Voz, ni lo que ésta te recuerda. No obstante, sigues sintiéndote como
un extraño aquí, procedente de algún lugar desconocido. No es algo tan
concreto que puedas decir con certeza que eres un exilado aquí. Es más
bien un sentimiento persistente, no más que una leve punzada a veces, que
en otras ocasiones apenas recuerdas, algo que descartas sin ningún
miramiento, pero que sin duda ha de volver a rondarte otra vez.
No hay nadie que no sepa de qué estamos hablando. Sin embargo, hay
quienes tratan de ahogar su sufrimiento entreteniéndose en juegos para
pasar el tiempo y no sentir su tristeza. Otros prefieren negar que están
tristes, y no reconocen en absoluto que se están tragando las lágrimas.
Hay quienes afirman incluso que esto de lo que estamos hablando son
ilusiones y que no se debe considerar más que como un sueño. Sin embargo,
¿quien podría honestamente afirmar, sin ponerse a la defensiva o
engañarse a sí mismo, que no sabe de lo que estamos hablando?
Hoy hablamos en nombre de todo aquel que vaga por este mundo, pues en él
no está en su hogar. Camina a la deriva enfrascado en una búsqueda
interminable, buscando en la obscuridad lo que no puede hallar, y sin
reconocer qué es lo que anda buscando. Construye miles de casas, pero
ninguna de ellas satisface a su desasosegada mente. No se da cuenta de
que las construye en vano. El hogar que anda buscando, él no lo puede
construir. El Cielo no tiene substituto. Lo único que él jamás construyó
fue un infierno.
Tal vez pienses que lo que quieres encontrar es el hogar de tu infancia.
La infancia de tu cuerpo y el lugar que le dio cobijo son ahora recuerdos
tan distorsionados que lo que guardas es simplemente una imagen de un
pasado que nunca tuvo lugar. Mas en ti hay un Niño que anda buscando la
casa de Su Padre, pues sabe que Él es un extraño aquí. Su infancia es
eterna, llena de una inocencia que ha de perdurar para siempre. Por
dondequiera que este Niño camina es tierra santa. Su santidad es lo que
ilumina al Cielo, y lo que trae a la tierra el prístino reflejo de la luz
que brilla en lo alto, en la que el Cielo y la tierra se encuentran
unidos cual uno solo.
Este Niño que mora en ti es el que tu Padre conoce como Su Hijo. Este
Niño que mora en ti es el que conoce a Su Padre. Él anhela tan profunda e
incesantemente volver a Su hogar, que Su Voz te suplica que lo dejes
descansar por un momento. Tan sólo pide unos segundos de respiro: un
intervalo en el que pueda volver a respirar el aire santo que llena la
casa de Su Padre. Tú eres también Su hogar. Él retornará. Pero dale un
poco de tiempo para que pueda ser lo que es dentro de la paz que es Su
hogar, y descansar en silencio, en paz y en amor.
Este Niño necesita tu protección. Se encuentra muy lejos de Su hogar. Es
tan pequeño que parece muy fácil no hacerle caso y no oír Su vocecilla,
quedando así Su llamada de auxilio ahogada en los estridentes sonidos y
destemplados y discordantes ruidos del mundo. No obstante, Él sabe que en
ti aún radica Su protección. Tú no le fallarás. Él volverá a Su hogar, y
tú lo acompañaras.
Este Niño es tu indefensión, tu fortaleza. Él confía en ti. Vino porque
sabía que tú no le fallarías. Te habla incesantemente de Su hogar con
suaves murmullos. Pues desea llevarte consigo de vuelta a él a fin de
poder Él Mismo permanecer allí y no tener que regresar de nuevo a donde
no le corresponde estar y donde vive proscrito en un mundo de
pensamientos que le son ajenos. Su paciencia es infinita. Esperará hasta que
oigas Su dulce Voz dentro de ti instándote a que lo dejes ir en paz,
junto contigo, a donde Él se encuentra en Su casa, al igual que tú.
Cuando estés en perfecta quietud por un instante, cuando el mundo se
aparte de ti y las vanas ideas que abrigas en tu desasosegada mente dejen
de tener valor, oirás Su Voz. Su llamada es tan conmovedora que ya no le
ofrecerás más resistencia. En ese instante te llevará a Su hogar, y tú
permanecerás allí con Él en perfecta quietud, en silencio y en paz, más
allá de las palabras, libre de todo temor y de toda duda, sublimemente
seguro de que estás en tu hogar.
Descansa a menudo con Él hoy. Pues Él estuvo dispuesto a convertirse en
un Niño pequeño para que tú pudieras aprender cuán fuerte es aquel que
viene sin defensas, ofreciendo únicamente los mensajes del amor a quienes
creen ser sus enemigos. Con el poder del Cielo en Sus manos, los llama
amigos y les presta Su fortaleza para que puedan darse cuenta de que Él
quiere ser su Amigo. Les pide que lo protejan, pues Su hogar está muy
lejos, y Él no quiere regresar a él solo.
Cristo renace como un Niño pequeño cada vez que un peregrino abandona su
hogar. Pues éste debe aprender que a quien quiere proteger es sólo a este
Niño, que viene sin defensas y a Quien la indefensión ampara. Ve con Él a
tu hogar de vez en cuando hoy. Tú eres un extraño aquí, al igual que Él.
Dedica algún tiempo hoy a dejar a un lado tu escudo que de nada te ha
servido, y a deponer la espada y la lanza que blandiste contra un enemigo
imaginario. Cristo te ha llamado amigo y hermano. Ha venido incluso a
pedirte ayuda para que lo dejes regresar a Su hogar hoy, íntegro y
completamente. Ha venido como lo haría un niño pequeño, que tiene que
implorar la protección y el amor de su padre. Él rige el universo, y, sin
embargo, te pide incesantemente que regreses con Él y que no sigas
convirtiendo a las ilusiones en Dioses.
Tú no has perdido tu inocencia. Y eso es lo que anhelas; lo que tu
corazón desea. Ésa es la Voz que oyes y la llamada que no se puede
ignorar. Ese santo Niño todavía sigue a tu lado. Su hogar es el tuyo. Hoy
Él te da Su indefensión, y tú la aceptas a cambio de todos los juguetes
bélicos que has fabricado. Y ahora el camino está libre y despejado, y el
final de la jornada puede por fin vislumbrarse. Permanece muy quedo por
un instante, regresa a tu hogar junto con Él y goza de paz por un rato.
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