viernes, 6 de abril de 2012

La semana santa segun Un curso de milagros

I. La Semana Santa



1. Hoy es Domingo de Ramos, la celebración

de la victoria y la aceptación de la verdad.

2No nos pasemos esta Semana Santa lamentando la crucifixión

del Hijo de Dios, sino celebrando jubi­losamente su liberación. 3Pues

la Pascua de Resurrección es el signo de la paz, no del

dolor. 4Un Cristo asesinado no tiene sen­tido. 5Pero un

Cristo resucitado se convierte en el símbolo de que el Hijo de Dios se ha
perdonado a sí mismo, en la señal de que se considera a sí mismo sano e íntegro.



2. Esta semana empieza con ramos y

termina con azucenas, el signo puro y santo de que el Hijo de Dios es inocente.

2No permi­tas que ningún signo lúgubre de crucifixión se interponga

entre la jornada y su propósito, entre la aceptación de la verdad y su

expresión. 3Esta semana celebramos la vida, no la muerte. 4Y

honr­amos la perfecta pureza del Hijo de Dios, no sus pecados. 5Hazle

a tu hermano la ofrenda de las azucenas, no la de una corona de espinas; el

regalo del amor, no el "regalo" del miedo. 6Te encuen­tras

a su lado, con espinas en una mano y azucenas en la otra, indeciso con respecto

a cuál le vas a dar. 7Únete a mí ahora, des­hazte de las espinas y,

en su lugar, ofrécele las azucenas. 8Lo que quiero esta Pascua es el

regalo de tu perdón, que tú me concedes y yo te devuelvo. 9No

podemos unirnos en la crucifixión ni en la muerte. 10Ni tampoco

puede consumarse la resurrección hasta que tu perdón descanse sobre Cristo,
junto con el mío.



3. Una semana es poco tiempo, sin

embargo, la Semana Santa simboliza la jornada que el Hijo de Dios emprendió. 2Él comenzó con el signó de la

victoria, la promesa de la resurrección, la cual ya se le había concedido. 3No

dejes que caiga en la tentación de la crucifixión ni que se

demore allí. 4Ayúdale a seguir adelante en paz más allá de ella, con

la luz de su propia inocencia alum­brando el camino hacia su redención y

liberación. 5No le obstru­yas el paso con clavos y espinas cuando su

redención está tan cerca. 6Deja, en cambio, que la blancura de tu
radiante ofrenda de azucenas lo acelere en su camino hacia la resurrección.



4. La Pascua no es la celebración del costo del pecado,

sino la celebración de su final. 2Si al mirar entre los níveos

pétalos de las azucenas que has recibido y ofrecido como tu regalo

vislumbras tras el velo la faz de Cristo, estarás contemplando la faz de tu

hermano y reconociéndola. 3Yo era un extraño y tú me acogiste, a

pesar de que no sabías quién era. 4Mas lo sabrás por razón de tu

ofrenda de azucenas. 5En el perdón que le concedes a ese forastero,

que aunque es un extraño para ti es tu Amigo
ancestral, reside su liberación y tu redención junto con él. 6La



temporada de Pascua es una temporada de júbilo, no de duelo. 7Contempla

a tu Amigo resucitado y celebra su santidad junto conmigo. 8Pues la
Pascua es la temporada de tu salvación, junto con la mía.







II. La ofrenda de
azucenas



1. Observa todas las baratijas

que se confeccionan para colgarse del cuerpo, o para cubrirlo o

para que él las use. 2Contempla todas las cosas inútiles que se han

inventado para que sus ojos las vean. 3Piensa en las muchas ofrendas que se le hacen para su deleite, y

recuerda que todas ellas se concibieron para que aque­llo que aborreces

pareciera hermoso. 4¿Utilizarías eso que aborre­ces para cautivar a

tu hermano y atraer su atención? 5Date cuenta de que lo único que le

ofreces es una corona de espinas, al no reconocer el cuerpo como lo que es y al

tratar de justificar la interpretación que haces de su valor basándote en la

aceptación que tu hermano hace de él. 6Aún así, el regalo proclama

el poco

valor
que le concedes a tu hermano, del mismo modo en que el agrado con que él lo acepta refleja el poco valor que él se concede a sí mismo.



2. Si los regalos se han de dar y

recibir de verdad, no se pueden dar a través del cuerpo. 2El cuerpo

no puede ofrecer ni aceptar nada; tampoco puede dar o quitar nada. 3Sólo

la mente puede evaluar, y sólo ella puede decidir lo que quiere recibir y lo que

quiere dar. 4Y cada regalo que ofrece depende de lo que ella misma

desea. 5La mente engalanará con gran esmero lo que ha

elegido como hogar, y lo preparará para que reciba los regalos que

ella desea obtener, ofreciéndoselos a aquellos que vengan a dicho

hogar, o a aquellos que quiere atraer a él. 6Y allí intercam­biarán sus

regalos, ofreciendo y recibiendo lo que sus
mentes hayan juzgado como digno de ellos.



3. Cada regalo es una evaluación

tanto del que recibe como del que da. 2No hay

nadie que no considere como un altar a sí mismo aquello que ha elegido

como su hogar. 3Y no hay nadie que no desee atraer a los devotos de

lo que ha depositado allí, haciendo que sea digno de la devoción de éstos. 4Y todo el mundo ha puesto una luz

sobre su altar para que otros puedan ver lo que ha depositado en él y lo hagan

suyo. 5Este es el valor que le conce­diste a tu hermano y que te

concediste a ti mismo. 6Éste es el regalo que le haces a él y que te

haces a ti mismo: el veredicto acerca del Hijo de Dios por lo que él es. 7No te

olvides de que es a tu salvador a quien le ofreces el regalo. 8Ofrécele

espinas y te crucificas a ti mismo. 9Ofrécele azucenas y es a
ti mismo a quien liberas.



4. Tengo gran

necesidad de azucenas, pues el Hijo de Dios no me ha perdonado. 2¿Y

puedo ofrecerle perdón cuando él me ofrece espinas? 3Pues aquel que

le ofrece espinas a alguien está todavía contra mí, mas ¿quién podría ser

íntegro sin él? 4Sé su amigo en mi nombre, para que yo pueda ser

perdonado y tú puedas ver que el Hijo de Dios goza de plenitud. 5Pero

examina primero el altar del hogar que has elegido, y observa lo que allí has

depositado para ofrecérmelo a mí. 6Si son espinas cuyas puntas reful­gen

en una luz de color sangre, has elegido al cuerpo como hogar y lo que me

ofreces es separación. 7Las espinas, no obstante, han desaparecido. 8Examínalas
más de cerca ahora y podrás ver que tu altar ya no es lo que era antes.



5. Todavía miras con los ojos

del cuerpo, y éstos sólo pueden ver espinas. 2Sin embargo, has

pedido ver otra cosa y se te ha conce­dido. 3Aquellos que aceptan el

propósito del Espíritu Santo como su propósito comparten asimismo Su visión. 4Y lo que le permite a Él ver

irradiar Su propósito desde cada altar es algo tan tuyo como Suyo. 5Él

no ve extraños, sino tan sólo amigos entrañables y amorosos. 6Él no ve espinas, sino únicamente

azucenas que reful­gen en el dulce resplandor de la paz, la cual irradia su luz
sobre todo lo que Él contempla y ama.­



6. Durante

estas Pascuas contempla a tu hermano con otros ojos. 2Tú me has perdonado

ya. 3Sin embargo, no puedo hacer uso de tu regalo de azucenas,

mientras tú no las veas. 4Ni tú puedes hacer uso de lo que

yo te he dado mientras no lo compartas. 5La visión del Espíritu

Santo no es un regalo nimio ni algo con lo que se juega, por un rato para luego

dejarse de lado. 6Presta gran atención a esto, y no creas que es

sólo un sueño, una idea pueril con la que entretenerte por un rato, o un

juguete con el que juegas de vez en cuando y del que luego te olvidas. 7Pues
si eso es lo que crees, eso es lo que será para ti.



7. Gozas ya de la visión que te

permite ver más allá de las ilusio­nes. 2Se te ha concedido para que

no veas espinas, ni extraños, ni ningún obstáculo a la paz. 3El

temor a Dios ya no significa nada para ti. 4¿Quién temería

enfrentarse a las ilusiones, sabiendo que su salvador está a su lado? 5Con

él a tú lado tú visión se ha con­vertido en el poder más grande que Dios Mismo

puede conceder para desvanecer las ilusiones, 6pues lo que Dios le

dio al Espíritu Santo, tú lo has recibido. 7El Hijo de Dios cuenta contigo

para su liberación. 8Pues tú has pedido -y se te ha concedido- la

fortaleza para poder enfrentarte a este último obstáculo, y no ver cla­vos ni
espinas que crucifiquen al Hijo de Dios y lo coronen como rey de la muerte.



8. El hogar

que has elegido está al otro lado, más allá del velo. 2Ha sido

cuidadosamente preparado para ti y ahora está listo para recibirte. 3No

lo verás con los ojos del cuerpo. 4Sin embargo, ya dispones de todo

cuanto puedas necesitar. 5Tu hogar te ha estado llamando desde los orígenes

del tiempo y nunca has sido com­pletamente sordo a su llamada. 6Oías,

pero no sabías cómo mirar, ni hacia dónde. 7Pero ahora sabes. 8El

conocimiento se encuentra en ti, presto a ser revelado y liberado de todo el

terror que lo mantenía oculto. 9En el amor no hay cabida

para el miedo. 10El himno de la Pascua es el grato estribillo que

dice que al Hijo de Dios nunca se le crucificó. 11Alcemos juntos la

mirada, no con miedo, sino con fe. 12Y no tendremos miedo, pues no

veremos ninguna ilusión, sino una senda que conduce a las puertas del Cielo, el

hogar que compartimos en un estado de quietud y donde moramos dulcemente y en
paz como uno solo.



9. ¿No te gustaría que tu santo

hermano te condujese hasta allí? 2Su inocencia alumbrará tú camino,

ofreciéndote su luz guiadora y absoluta protección, y refulgiendo desde el

santo altar en su interior donde tú depositaste las azucenas del perdón. 3Permite

que sea él quien te salve de tus ilusiones, y contémplalo con la nueva visión

que ve las azucenas y te brinda felicidad. 4Iremos más allá del velo

del temor, alumbrándonos mutuamente el camino. 5La santidad que nos

guía se encuentra dentro de noso­tros, al igual que nuestro hogar. 6De
este modo hallaremos lo que Aquel que nos guía dispuso que hallásemos.



10. Este es el camino que conduce al Cielo y a la paz de la Pascua, donde

nos unimos en gozosa conciencia de que el Hijo de Dios se ha liberado del

pasado y ha despertado al presente. 2Ahora es libre, y su comunión

con todo lo que se encuentra dentro de él es ilimitada. 3Ahora las

azucenas de su inocencia no se ven manci­lladas por la culpabilidad, pues están

perfectamente resguarda­das del frío estremecimiento del miedo, así como de la

perniciosa influencia del pecado. 4Tu regalo lo ha salvado de las

espinas y de los clavos, y su vigoroso brazo está ahora libre para condu­cirte

a salvo a través de ellos hasta el otro lado. 5Camina con él ahora

lleno de regocijo, pues el que te salva de las ilusiones ha venido a tu
encuentro para llevarte consigo a casa.



11. He aquí tu salvador y amigo, a quien tu visión ha liberado de la

crucifixión, libre ahora para conducirte allí donde él anhela estar. 2Él

no te abandonará, ni dejará a su salvador a merced del dolor. 3Y gustosamente caminaréis juntos

por la senda de la ino­cencia, cantando según contempláis las puertas del Cielo

abiertas de par en par y reconocéis el hogar que os llamó. 4Concédele

a tu hermano libertad y fortaleza para que pueda llegar hasta allí. 5Y ven ante su santo altar, donde

la fortaleza y la libertad te aguar­dan para que ofrezcas y recibas la radiante

conciencia que te con­duce a tu hogar. 6La lámpara está encendida en

ti para que le des luz a tu hermano. 7Y las mismas manos que se la
dieron a tu hermano, te conducirán más allá del miedo al amor.

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